Ayer, cuando Paul Pierce se enfrentó a sus excompañeros y tras escuchar sus declaraciones, sólo se puede pensar en lo nueva que es la fisonomía de los Celtics de Boston y el enigmático destino que tendrán para la siguiente temporada, la cual ya está a la vuelta de la esquina.
Pierce dijo que le resultaba muy extraño estar en una duela y no estar embadurnado en el color verde que por tantos años defendió con honor y desde su primer minuto en la NBA hasta que los Celtics fueron eliminados por Nueva York en la pasada postemporada.

Pierce visitó el vestidor de Boston, saludó a los viejos amigos, se reunió en un acto de clase y humildad con esos jugadores con los que compartió tantas batallas y a los que ahora deberá enfrentar como el enemigo para la campaña venidera.

Pero esto es sólo la cara sentimental del asunto. Un tema que tardará mucho tiempo en sanar, pues ni Pierce quería irse, ni los fans querían que se fuera.

El tema ahora será ver cómo funcionan los Celtics, si lo harán esta misma temporada y si las piezas y las movidas que se hicieron de cara a 2013-2014 serán las adecuadas o por lo menos sentarán las bases para una reconstrucción paulatina y exitosa al mismo tiempo.

Ahora mismo hay dudas sobre todo. Rajon Rondo y su deseo de permanecer en Boston largo rato, si Brad Stevens tendrá lo que se necesita para triunfar en la NBA del mismo modo en el que lo hizo en el baloncesto colegial y si los jugadores que recién se integraron a los Celtics sentirán ese amor y apego a la camiseta como sus antecesores.

Pero parte del encanto de la temporada 2013-14 de los Celtics será justamente ver cómo van ocurriendo las cosas y si las decisiones que el presidente de operaciones de baloncesto de  la organización, Danny Ainge, fueron las adecuadas.

Por el momento lo único que es seguro en Boston es atesorar los recuerdos de la grata era del Big Three y especular con un alentador futuro.

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