El verano pasado, fuimos testigos del inicio de una historia llena de chismes y traiciones entre Kevin Durant y Oklahoma City Thunder. Esta novela dramática tiene su episodio final el sábado, cuando Durant regrese a Chesapeake Energy Arena de Oklahoma después de irse a la Bahía.

Mucho se ha hablado de esta historia, en la que el malo del cuento es KD por marcharse a un equipo con altas posibilidades de ser campeón y abandonar a una franquicia que apostó por él en el draft de 2007, cuando aún el equipo se encontraba Seattle y se llamaban Supersonics. Al momento en el que se anunció que Kevin decidió elegir a los Warriors, me recordó aquella conmovedora escena cuando ganó el MVP de la liga en 2013.

Poco a poco la imagen de ese joven orgulloso de sus raíces se fue desmoronando. Si bien nunca he tenido una afición directa al Thunder, es una franquicia que desde el primer instante en la NBA se convirtió en un referente por su juego espectacular, pero sobre todo, por el romanticismo detrás de la relación entre Westbrook y Durant. Este bromance terminó siendo solo una pantalla, los lazos entre ambos jugadores nunca fueron más allá de su conexión en la duela, que debemos admitir fue mágica.

Paul Pierce comentó hace un par de días que en la actualidad no existen rivalidades feroces como en el pasado. Yo digo que miente, porque gracias a este suceso dio inicio una nueva rivalidad: Kevin Durant vs Oklahoma City Thunder. No es una enemistad entre KD y Westbrook, que tal parece que si la hay, es un enfrentamiento entre el jugador y una ciudad que lo recibió con los brazos abiertos, que lloró la partida de un ídolo.

Dentro de toda la ambición de Durant por conseguir un título, este relato es similar a cuando LeBron dejó Cleveland en busca de un anillo de campeonato en Miami. La fidelidad está plasmada en un papel y cuesta miles de millones de dólares. Por esa razón, cabe mencionar que no es culpa del jugador, es culpa del juego que volvió a los equipos en un vitrina que exhibe a los mejores por una jugosa cantidad de dinero. Es hora de adaptarse o morir en el intento y aprender a valorar una nueva era en el basquetbol.

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